lunes, 30 de julio de 2007
Se va, se fue
Se escucha triste el corazón de doña Manuela. Despierta muy temprano cuando el sol es un diablo que se escapa clareando al día. Pone a calentar el agua en una pava oxidada: barre el piso una y mil veces, después lo riega hasta encontrarlo parejito nomás de ese barro pisado. Está vieja doña Manuela, pero sigue bagualeando al amanecer, no sea cosa que la parca la encuentre dormida en la espera.
La hija de doña Manuela vive en las afueras de San Salvador de Jujuy, en un rancho de cartón y piedra que levantaron con su esposo juntando migajas de la calle. La hija de doña Manuela nunca fue a la escuela, a los doce ya esperaba al primer chango y de ahí se vinieron cinco más. Cuando cae la tarde, la hija de doña Manuela se va al cementerio a dejarle flores de jacarandá a su hijo más pequeño que murió de hambre y ella no supo qué hacer.
El hijo más grande de la hija de doña Manuela se barre las tardes por unos pesos y le lleva a la madre unas verduras frescas. A la sombra, la hija de doña Manuela corta todo en cubos perfecto y hace magia sabrosa que llena las panzas hambrientas. Los tres hijos más chiquitos de la hija de doña Manuela no alcanzan la mesa, se la pasan jugando en las calles irregulares. El esposo de la hija de doña Manuela tiene un carro viejo y un caballo pálido. Cuando llega la noche, el padre y los hijos se suben al carro en busca de cartones, botellas y algún escombro sano. Bordean las veredas prolijas cantándole a la luna.
Doña Manuela no sabe nada de su hija y sus nietos. Una señora que subió a la puna le dejó un mensaje rarísimo. Dice que fue una noche con luna grande y viento disperso. La hija de doña Manuela llevaba el pelo suelto. Madre, Padre e hijos agarrados de los bordes del carro, el caballo humeante, nocturno. La calle se llenó de estrellas, al carro le salieron alas de cartón. Subieron bien alto, volaron más allá del monte, se despegaron del suelo dejando una estela de frutas verdes y amarillas que comieron por días los nenes que salieron a ver el ascenso infinito.
Doña Manuela toma mate amargo, se arma un acullico. En una yica gastada guarda una estampita manoseada y un puñado de raíces. Está vieja Doña Manuela, su piel es una lija sedosa de tonos marrones. Las horas para doña Manuela se volvieron coplas, ella baila los minutos. La cholita doña Manuela, con los pies anchos de tanto andar se amigó con la soledad. Aprendió el idioma del silencio, le susurra un canto de tierra y viento, y no se sabe de dónde saca las fuerzas. Doña Manuela no llora, se le secaron las lágrimas un día que se quedo dormida al sol soñando carnavales.
Cuando se levanta el pueblo, Doña Manuela se pone el chulo y se ata una manta a la espalda. La puna de primavera tiene olor frío. Se sienta en una piedra partida, y en la rodilla amasa las raíces: hay una flor, hay un inicio, hay una fibra, hay un hilo. Teje sus yicas con hilos de piel y las vende baratas.
Se vuelve a casa Doña Manuela por un sendero de albahaca y espera la noche mirando el horizonte de los cerros. Le viene un viento fuerte, y enseguida estira sus manos. Se escucha triste el corazón de doña Manuela. Doña Manuela, dicen, no se sabe, parece se quedó dormida. Cuando despertó se escuchaban las botellas y un milagro fue para otros. La hija de doña Manuela, el abrazo fuerte y los changuitos le prendieron luciérnagas a su vestido. Se fueron copleándole a la vida, como un adiós decidido.
“Si miras los largos caminos por donde mi triste huella se fue, verás que manchó sus flores con sangre viva mi padecer.”[1]
[1] Manuel Castilla. Zamba del pañuelo.
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2 comentarios:
La onda es que cuentes un poco mas tus aventuras, tus percepciones de la vida y tus comentarios acidos.
Asi te profetizo el exito.
bu!
adoré la historia de los vasos. igual es mejor contada por vos!
besos y abrazos para mi queridisima suripanta (ahora) bloggera!
alasdegigante.blogspot
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